Anoche me escapé a Orión, tenía la esperanza de encontrarte.
Cuando todo el mundo te abandona, tú también quieres huir. Pero ayer era yo la que necesitaba tu sonrisa o tus historias fantásticas que te llevan a otro planeta.
Me llevé el cuaderno conmigo por si no estabas. Cuando no hay nadie, las palabras son mi refugio. Y efectivamente no estabas. Te debiste dormir abajo mientras mirabas hacia arriba.
Pero no pasa nada, sabes que me gusta la soledad y a esas horas casi nunca hay nadie.
Me senté en el alero de la estrella central, que es la que más te gusta y durante bastante tiempo, quizá horas, porque aquí no existe el tiempo, me quedé mirando al frente. El silencio era tan potente que no me atrevía a moverme.
Pensé si tendría fin el universo, si algún día podría terminar de recorrerlo.
Desde aquí veo todas las fases de la luna y he de reconocer que siento envidia cuando está en forma de medio anillo. Entonces me gustaría deslizarme hasta ella y sentarme allí con mis libros y olvidarme de todo. Pero luego me doy cuenta de que solo es apariencia. A nuestros ojos parece distinta a lo largo de los días, pero es la misma siempre.
Hay momentos que estas tan hundida que solo quieres un pequeño destello que te abra los ojos y te devuelva la sonrisa. Por eso vengo hasta aqui.
Siempre nos gustó soñar y sabemos perfectamente que vivir sin sueños no es vivir. Son esas personas muertas que actuan como máquinas.
Por eso me escapo cada noche, a veces sola, a veces contigo.
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