Hay tantas veces que juzgamos sin conocer que cuando nos damos cuenta del error, nos reímos de nuestra tontería tan habitual.
Tu mirada penetrante me hizo cambiar de opinión. Parecía que leías en mi alma como en un libro. Y no pude evitar darme la oportunidad de conocerte. Me sigo preguntando si fue un error, pero solo por la atención al escucharme y la delicadeza al hablarme creo que mereció la pena arriesgar y llegar hasta aquí.
Contigo aprendí que cada historia es una cajita que solo tú la conviertes en tesoro. La abres, guardas, sacas, la cierras. Vuelves de nuevo para recordar y muchas veces para evitar que muera un instante. Pero es bueno conservarla, aunque en muchos momentos pese demasiado, porque solo tú sabes el valor que tiene. Echas una ojeada y ves que tuviste entre tus manos minutos que no aprovechaste y que jamás volverán, pero al menos los rozaste y ahora es cuando les puedes dar un brillo especial para que no se escapen.
Al despedirnos tus últimas palabras fueron: “yo no me iré”. Fueron como un susurro fuerte y siguen ahí al igual que sigues tú. Pero quien me iba a decir que sería la última vez que te vería. Y desde entonces le sigo dando vueltas a tu pregunta: ¿se puede hacer un proceso de una persona? La respuesta es evidente pero me ayuda pensarla cuando alguien se marcha.
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